Me dice Tano: "David es de los que ya no quedan. Ahora que todo el mundo va de machote y chulito, él es que es sensible. Es un caballero, que necesita el contacto tanto como yo y que trata a la gente con cariño y respeto". Apostilla además, lleno de orgullo, que comparte todo con su hijo y que ya es mucho mejor músico de lo que él mismo es. En sus palabras puedes encontrar admiración, preocupación y satisfacción. Entrañable tipo, Tano, tan bueno que sientes la absoluta seguridad de que si hubiera más gente como él nos luciría mejor el pelo.
Mi tia Diana es dura, inflexible, arrogante y hecha a sí misma tal y como ha querido y con poca gente que le tosa. Puedo diferir mucho en sus planteamientos, modos y fines, pero es impresionante ver tanto arranque en alguien. Cuando se traía en Navidades a su hermana y demás familia a casa de mi abuelo en Toledo, yo pensaba dos cosas:
1. Qué pacto con el diablo o ser superior había hecho Susana, su hermana, para estar tan morena en pleno invierno, lo cual hacía que yo me la imaginara con una vida consistente es estar boca arriba y cuando se cansase, boca abajo, tirada en la playa.
2. Cómo no se morían de vergüenza al presentarse, como se presentaban, con gorros y disfraces de Papá Noel y unos cuernos de reno avisando de que ellos, esa noche, ya tenían regalos. Acto seguido, mi abuelo y yo compartíamos pensamientos sobre lo horteras que nos parecían los americanos.
Como se puede comprobar, prejuiciosa soy un rato. Pero no tiene mucho sentido poner esto en bonito: es lo que pensaba y punto. Pero vamos, que era una visita navideña como otra más, de la parte de la vida de mi tía Diana que me importaba más bien poco y que cuando fuera mayor no tendría que cumplir esos compromisos que tan poco me gustan. El cambio, el que yo me supiera por cuenta y riesgo propios, el nombre de sus sobrinos, vino reuniones familiares después, un viaje considerado suicida en su momento y un tren de vuelta con una despedida que recordaré toda mi vida por ser una de las más amargas y dolorosas. A partir de ahí, visitas recíprocas en las que intentamos agotar cada momento con la absoluta certeza de que pasan muchos meses hasta que podamos repetir.
Esta es mi tercera visita, marcada por una ausencia, la de mi gemela morena, de la que me he estado acordando en cada comentario, cada sorbito de pinta, cada despertar...Y quizá por eso y por mi momento personal, y sobre todo, por una conversación que tuve el día anterior en la cual una persona me dejó desnuda e indefensa, ha sido un viaje de búsqueda propia, de consuelo, de intentar encontrarme allí donde se me aprecia, de descanso, de ver qué más ha cambiado en mí.
Y sin querer explayarme en cómo me siento, más que nada porque sería incapaz de montar un discurso coherente, y por la sencilla razón de que me lo pide el impulso, tengo que decir que estoy jodida. Que me duele el alma. Que una se acaba acostumbrando a como es y a incluir a quienes le rodean en sus moldes, a su manera, a su ritmo. Y viene éste y me los tira. Porque efectivamente, es de los que ya no quedan: de cariño sincero, atención cuidadosa, sonrisa sincera, de confidencias con un punto de angustia, de hartazgo, compartiendo miradas y manos que ya se entienden sin sonidos e imaginaciones, tanto de planes como de palabras, que vuelan solas. Ojalá sigamos creciendo juntos, porque en momentos de cambio, en los que una pide una vuelta al hogar, a lo que es, a lo suyo, tú eres uno de mis más fuertes referentes. Contigo crezco, estoy tranquila, me divierto, me río, reflexiono, disfruto, siento y vivo.
Carallo David, como jode separarse de ti. Al final me compro unos cuernos de reno.